La generosidad garantiza el éxito de las sociedades, revelan las matemáticas
Un estudio explica por qué la cooperación y el altruismo han evolucionado en la naturaleza
Las únicas estrategias que tienen éxito a largo plazo son las estrategias generosas, señalan los resultados de un estudio realizado por un equipo de biólogos de la Universidad de Pennsylvania (EEUU). La investigación, basada en la Teoría de juegos, demostró matemáticamente que la generosidad hace a las sociedades más robustas y que, por el contrario, el comportamiento egoísta las perjudica a largo plazo. Otro estudio reciente ha revelado además las ventajas del altruismo para la genética. Por Yaiza Martínez.
Las únicas estrategias que tienen éxito a largo plazo son las estrategias generosas, afirma un equipo de biólogos de la Universidad de Pennsylvania (EEUU), autores de un estudio sobre la evolución de la cooperación y de la generosidad en la naturaleza.
Su investigación estuvo basada en la Teoría de juegos, cuyos modelos matemáticos se aplican al estudio de las interacciones y decisiones de los jugadores, en estructuras formalizadas de incentivos (o “juegos”).
Más concretamente, los investigadores analizaron el llamado “dilema del prisionero”, una situación en la que dos jugadores pueden no cooperar incluso si en ello va el interés de ambos. Este dilema resulta de gran interés en las ciencias sociales para analizar los comportamientos humanos; pero también en ciencias biológicas, como la etología y la biología evolutiva.
Según publica la Universidad de Pennsylvania en un comunicado, el estudio estuvo basado asimismo en las conclusiones fundamentales del economista John Nash, quien avanzó el campo de la teoría de juegos en la década de 1950, así como en las del biólogo computacional William Press y el físico-matemático Freeman Dyson, quienes el año pasado identificaron una nueva clase de estrategias para tener éxito en el dilema del prisionero.
El juego uno contra uno: triunfa el egoísmo
Alexander J. Stewart y Joshua B. Plotkin, ambos del departamento de biología de la Universidad de Pennsylvania, examinaron los resultados del dilema del prisionero a medida que éste era jugado por una población de jugadores extensa y en evolución.
El dilema del prisionero es una forma de estudiar cómo las personas deciden si cooperar o no. En el juego, si ambos jugadores cooperan, los dos reciben un pago. Si uno coopera y otro no, el primero recibe el menor pago posible, y el otro el mayor pago posible. Si ninguno de los dos jugadores coopera, los dos reciben un pago, pero menor que el pago que recibirían si ambos cooperasen. En otras palabras, en el juego se paga por cooperar, pero se puede ganar incluso más por ser egoísta.
En el dilema del prisionero iterado –que es la versión del juego que nos ocupa-, dos jugadores se enfrentan repetidamente uno contra el otro, y pueden emplear diferentes estrategias para vencer a su oponente.
Como se ha dicho, en 2012, Press y Dyson identificaron una serie de estrategias para jugar a dicha versión que denominaron estrategias "determinante cero", debido a que la puntuación de un jugador está relacionada linealmente con la del otro. Más concretamente estos científicos se centraron en un subconjunto de estrategias “de extorsión”, y constataron que si un jugador utiliza una estrategia de extorsión contra un rival inconsciente, puede hacer que éste obtenga una calificación o recompensa inferiores.
El juego entre sociedades: triunfa la generosidad
Stewart y Plotkin se intrigaron con este hallazgo y comenzaron a explorar un enfoque diferente para el dilema del prisionero: en lugar de una competición de uno contra uno, analizaron lo que ocurriría en el enfrentamiento entre poblaciones de jugadores, tal y como puede suceder en las sociedades humanas o de animales.
En este otro escenario, los jugadores con más éxito se reproducirían más y pasarían sus propias estrategias a la próxima generación de jugadores.
Pronto quedó claro que las estrategias de extorsión de Dyson y Press no funcionan cuando el dilema del prisionero es jugado por sociedades: Las matemáticas demostraron que las estrategias de extorsión no resultan efectivas dentro de una población cambiante y extensa.
Por el contrario, “cuando hay muchos jugadores y todos juegan con generosidad, todos se benefician a su vez de la generosidad de los demás”, explica Plotkin. Asimismo, en este contexto, si los jugadores no cooperan con sus oponentes, sufren más que éstos en el largo plazo.
El “perdón" es también una característica de estas situaciones. Un jugador que se encuentra con otro que no coopera lo puede castigar un poco, pero después de un tiempo puede cooperar de nuevo con él.
Su investigación estuvo basada en la Teoría de juegos, cuyos modelos matemáticos se aplican al estudio de las interacciones y decisiones de los jugadores, en estructuras formalizadas de incentivos (o “juegos”).
Más concretamente, los investigadores analizaron el llamado “dilema del prisionero”, una situación en la que dos jugadores pueden no cooperar incluso si en ello va el interés de ambos. Este dilema resulta de gran interés en las ciencias sociales para analizar los comportamientos humanos; pero también en ciencias biológicas, como la etología y la biología evolutiva.
Según publica la Universidad de Pennsylvania en un comunicado, el estudio estuvo basado asimismo en las conclusiones fundamentales del economista John Nash, quien avanzó el campo de la teoría de juegos en la década de 1950, así como en las del biólogo computacional William Press y el físico-matemático Freeman Dyson, quienes el año pasado identificaron una nueva clase de estrategias para tener éxito en el dilema del prisionero.
El juego uno contra uno: triunfa el egoísmo
Alexander J. Stewart y Joshua B. Plotkin, ambos del departamento de biología de la Universidad de Pennsylvania, examinaron los resultados del dilema del prisionero a medida que éste era jugado por una población de jugadores extensa y en evolución.
El dilema del prisionero es una forma de estudiar cómo las personas deciden si cooperar o no. En el juego, si ambos jugadores cooperan, los dos reciben un pago. Si uno coopera y otro no, el primero recibe el menor pago posible, y el otro el mayor pago posible. Si ninguno de los dos jugadores coopera, los dos reciben un pago, pero menor que el pago que recibirían si ambos cooperasen. En otras palabras, en el juego se paga por cooperar, pero se puede ganar incluso más por ser egoísta.
En el dilema del prisionero iterado –que es la versión del juego que nos ocupa-, dos jugadores se enfrentan repetidamente uno contra el otro, y pueden emplear diferentes estrategias para vencer a su oponente.
Como se ha dicho, en 2012, Press y Dyson identificaron una serie de estrategias para jugar a dicha versión que denominaron estrategias "determinante cero", debido a que la puntuación de un jugador está relacionada linealmente con la del otro. Más concretamente estos científicos se centraron en un subconjunto de estrategias “de extorsión”, y constataron que si un jugador utiliza una estrategia de extorsión contra un rival inconsciente, puede hacer que éste obtenga una calificación o recompensa inferiores.
El juego entre sociedades: triunfa la generosidad
Stewart y Plotkin se intrigaron con este hallazgo y comenzaron a explorar un enfoque diferente para el dilema del prisionero: en lugar de una competición de uno contra uno, analizaron lo que ocurriría en el enfrentamiento entre poblaciones de jugadores, tal y como puede suceder en las sociedades humanas o de animales.
En este otro escenario, los jugadores con más éxito se reproducirían más y pasarían sus propias estrategias a la próxima generación de jugadores.
Pronto quedó claro que las estrategias de extorsión de Dyson y Press no funcionan cuando el dilema del prisionero es jugado por sociedades: Las matemáticas demostraron que las estrategias de extorsión no resultan efectivas dentro de una población cambiante y extensa.
Por el contrario, “cuando hay muchos jugadores y todos juegan con generosidad, todos se benefician a su vez de la generosidad de los demás”, explica Plotkin. Asimismo, en este contexto, si los jugadores no cooperan con sus oponentes, sufren más que éstos en el largo plazo.
El “perdón" es también una característica de estas situaciones. Un jugador que se encuentra con otro que no coopera lo puede castigar un poco, pero después de un tiempo puede cooperar de nuevo con él.
Las sociedades generosas son robustas
Según señala Plotkin: “Desde Darwin, a los biólogos les ha desconcertado el porqué de la existencia en la naturaleza de tanta cooperación, e incluso de generosidad y altruismo. La literatura sobre la teoría de juegos ha intentado explicar por qué surge la generosidad. Nuestro artículo proporciona una explicación sobre por qué vemos tanta generosidad (…) y demuestra que las estrategias egoístas no tienen éxito en la evolución, que las únicas estrategias evolutivamente robustas son las generosas”.
Por eso, “cuando las personas actúan generosamente lo hacen de manera casi instintiva. De hecho, una gran cantidad de literatura en psicología evolutiva muestra que las personas se sienten felices cuando son generosas”.
El científico añade que esto no ocurre “sólo en los seres humanos. Los insectos sociales se comportan también de esta manera, e incluso bacterias y virus comparten productos génicos y se comportan de maneras que no pueden describirse como generosas".
En general, concluye Stewart, “hemos descubierto que en la evolución, una población que fomenta la cooperación va bien. Y para mantener la cooperación a largo plazo, lo mejor es ser generoso".
Altruismo y expansión genética
Otro comportamiento presente en la naturaleza (de hecho, ha sido constatado incluso en plantas ) que ha resultado misterioso para la biología durante mucho tiempo ha sido el altruismo.
A mediados del siglo XX, el biólogo William Donald Hamilton señaló una posible causa evolutiva para la existencia de este comportamiento, que a corto plazo puede parecer no reportar beneficio alguno para quien lo practica: el altruismo favorecería la transmisión no directa de los genes de cualquier individuo, a través de la reproducción de sus parientes más cercanos, con los que se comparte en gran medida la información genética individual.
El pasado mes de febrero, un equipo de científicos suizos recopiló datos cuantitativos, a través de una simulación informática con quinientas generaciones de robots sencillos, que respaldan lo que Hamilton propuso: el hecho de compartir con los más cercanos (en términos de afinidad genética) incrementa en gran medida la posibilidad de supervivencia de los genes.
Según señala Plotkin: “Desde Darwin, a los biólogos les ha desconcertado el porqué de la existencia en la naturaleza de tanta cooperación, e incluso de generosidad y altruismo. La literatura sobre la teoría de juegos ha intentado explicar por qué surge la generosidad. Nuestro artículo proporciona una explicación sobre por qué vemos tanta generosidad (…) y demuestra que las estrategias egoístas no tienen éxito en la evolución, que las únicas estrategias evolutivamente robustas son las generosas”.
Por eso, “cuando las personas actúan generosamente lo hacen de manera casi instintiva. De hecho, una gran cantidad de literatura en psicología evolutiva muestra que las personas se sienten felices cuando son generosas”.
El científico añade que esto no ocurre “sólo en los seres humanos. Los insectos sociales se comportan también de esta manera, e incluso bacterias y virus comparten productos génicos y se comportan de maneras que no pueden describirse como generosas".
En general, concluye Stewart, “hemos descubierto que en la evolución, una población que fomenta la cooperación va bien. Y para mantener la cooperación a largo plazo, lo mejor es ser generoso".
Altruismo y expansión genética
Otro comportamiento presente en la naturaleza (de hecho, ha sido constatado incluso en plantas ) que ha resultado misterioso para la biología durante mucho tiempo ha sido el altruismo.
A mediados del siglo XX, el biólogo William Donald Hamilton señaló una posible causa evolutiva para la existencia de este comportamiento, que a corto plazo puede parecer no reportar beneficio alguno para quien lo practica: el altruismo favorecería la transmisión no directa de los genes de cualquier individuo, a través de la reproducción de sus parientes más cercanos, con los que se comparte en gran medida la información genética individual.
El pasado mes de febrero, un equipo de científicos suizos recopiló datos cuantitativos, a través de una simulación informática con quinientas generaciones de robots sencillos, que respaldan lo que Hamilton propuso: el hecho de compartir con los más cercanos (en términos de afinidad genética) incrementa en gran medida la posibilidad de supervivencia de los genes.
Referencias bibliográficas:
Alexander J. Stewart y Joshua B. Plotkin. From extortion to generosity, evolution in the Iterated Prisoner’s Dilemma. PNAS (2013). DOI: 10.1073/pnas.1306246110.
William H. Pressa y Freeman J. Dyson. Iterated Prisoner’s Dilemma contains strategies that dominate any evolutionary opponent. PNAS (2012). DOI: 10.1073/pnas.1206569109.
Alexander J. Stewart y Joshua B. Plotkin. From extortion to generosity, evolution in the Iterated Prisoner’s Dilemma. PNAS (2013). DOI: 10.1073/pnas.1306246110.
William H. Pressa y Freeman J. Dyson. Iterated Prisoner’s Dilemma contains strategies that dominate any evolutionary opponent. PNAS (2012). DOI: 10.1073/pnas.1206569109.
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