“Con excepciones, la universidad es una fábrica de mediocres”

La mujer a la que fichó Esperanza Aguirre para renovar la investigación en la Comunidad de Madrid relata en un libro las claves del “fracaso” de la universidad española

Clara Eugenia Núñez, después de la entrevista. / N. D.
III Clara Eugenia Núñez
Clara Eugenia Núñez (Almería, 1957) es doctora en Historia por la Universidad de Nueva York y en Economía por la Universidad de Alcalá.  Como directora general de Universidades e Investigación de la Comunidad de Madrid entre 2004 y 2009 impulsó la creación de los centros de investigación IMDEA, pensados para formar científicos de élite y crear una mayor relación entre estos, los retos de la sociedad y los problemas tecnológicos de las empresas. Actualmente es profesora titular de Historia económica en la UNED.

"En España hay una locura colectiva en torno a qué revista se publica" ↓



La universidad española es “un fracaso colectivo como sociedad que hoy nos está pasando factura y que, tristemente, nos la seguirá pasando en el futuro”. Lo dice Clara Eugenia Núñez, que fue directora general de Universidades e Investigación de la Comunidad de Madrid en el Gobierno de Esperanza Aguirre. En noviembre de 2004, pasado el tamayazo y ya a la cabeza de un Gobierno con mayoría absoluta, Aguirre quiso fichar a Núñez porque le gustaba su “programa”. Uno de sus objetivos generales era conseguir que hubiese universidades españolas entre las 100 mejores del mundo. El panorama de aquel momento era el de un sistema demasiado grande, donde el número de profesores había aumentado mientras descendía el de alumnos y en el que ningún centro de ninguna comunidad conseguía meterse entre las primeras 200 universidades, tal y como relata Núñez en su nuevo libro: Universidad y Ciencia en España. Claves de un fracaso y vías de solución (Gadir). En él analiza las razones del “hundimiento” de la universidad española: amiguismo, mediocridad, rectores más interesados en permanecer en su cargo que en solucionar los problemas de sus universidades, falta de transparencia y un poder político que acaba dinamitando nuevos proyectos por razones políticas “arbitrarias”. Entre ellos estaba la propia reforma que proponía Núñez, de la que Aguirre se desentendió en la segunda legislatura. Tras poner en marcha parte de su proyecto, incluido el primer centro de investigación IMDEA que aspiraba a ser una red de “universidades de investigación”, Núñez fue cesada en 2009, en parte por los enfrentamientos con su jefa, Lucía Figar, consejera de Educación desde 2007 y a la que tacha de “bisoña” en su libro.


¿Cuál es en su opinión la mayor lacra de la universidad?

Su incapacidad para atraer a los mejores y fijarlos, es decir, que no se vayan. Si una universidad no es capaz de atraer talento no se le puede llamar universidad.

En su libro dice que el problema de la universidad es institucional y habla de amiguismo, mayor preocupación por las influencias políticas que por hacer bien el trabajo científico o académico…

Lo que yo digo es que tenemos un marco institucional, legal, que es demasiado intervencionista muy regulador, no controla resultados y entrega el poder a quienes ya están dentro de la universidad. Nos estamos rigiendo a nosotros mismos y nos hemos olvidado de cuáles son esos servicios por los que se justifica la existencia de una universidad. ¿Cuál es el objetivo de una universidad? Formar e investigar. Bien, háganlo ustedes. Organícense como les parezca adecuado. Yo les doy tres líneas generales. Ahora bien, voy a vigilar que esas líneas se cumplen. Por ejemplo que contratan al personal siguiendo los criterios que establece la constitución: capacidad, igualdad, mérito. Que las convocatorias sean abiertas y a ser posible internacionales. Si son internacionales recibirán más dinero que si sus convocatorias son locales y solo se enteran en el patio de su casa. Ese es un marco que permitiría a la universidad dar esos resultados.

¿Cómo influye todo esto en la investigación, sobre todo en las generaciones jóvenes?

Yo sugiero que las universidades no tienen que ser uniformes. Tienen que dar servicios de formación distintos. Algunos son escuelas profesionales, como la medicina o las ingenierías, y otras son carreras más orientadas a la investigación. Con contadas salvedades estamos dando una formación mediocre, es decir, formando científicos con grandes déficits.
“En el caso de Madrid se ha visto que una injerencia política hunde la credibilidad de España como país capaz de sostener a largo plazo la investigación”

¿La universidad es una fábrica de mediocres?

Con excepciones, sí. Ni formamos muy buenos profesionales ni formamos buenos investigadores. Probablemente los que salen bien formados es gracias a su esfuerzo y su capacidad más que por lo que la universidad les aporta. ¿Qué hacemos con aquellos que son muy buenos profesionales o investigadores? Lo lógico es que una vez formados salgan, vayan a otras universidades. Ahora bien, el que salgan no quiere decir que no tengamos los mecanismos para recuperarlos una vez se han formado, terminado el doctorado o realizado su fase de investigación posdoctoral. Y ahí es donde se corta totalmente la comunicación entre nosotros y los buenos investigadores que salen de España y acaban en centros de cualquier lugar del mundo o dedicándose a otra cosa porque la universidad les da la espalda.

En España hay muchos que empiezan y terminan su carrera en la misma universidad.

Ese es el problema que tenemos en España. En algunas universidades se dice que empiezas en primaria y acabas de catedrático. Es un disparate. Las buenas universidades del mundo, la primera norma que tienen es que uno no puede ser contratado sin haber estado fuera y haber demostrado que es bueno. La LRU [Ley de Reforma Universitaria] decía que había que pasar dos años fuera de su universidad. Inmediatamente surgieron acuerdos entre universidades españolas: “El mío está en tu universidad, el tuyo en la mía”. Los acuerdos acabaron siendo meramente formales, ni siquiera había que trasladarse de una a otra. Hasta que de hecho esa norma se eliminó de la ley “para ajustar la norma a la realidad”, en palabras del secretario de Estado de entonces.
“Los profesores no publican sus datos de resultados porque no quieren reconocer que hay departamentos mejores”

En su libro habla de cómo se les ponían plazas de profesor o catedrático a personajes como Virgilio Zapatero o Jon Juaristi. ¿Es esa es la norma en la universidad?

Digamos que no llevan nombre propio pero sí llevan el perfil del individuo. Uno de los intentos que se hizo en la Comunidad de Madrid cuando yo era directora general fue poner en marcha institutos de investigación que símplemente aceptaran las prácticas internacionales: convocatorias abiertas, publicadas en los grandes foros laborales internacionales vinculados a las asociaciones, por ejemplo, de economistas, historiadores, etc . Es en esos foros donde los jóvenes que acaban de terminar la tesis, la presentan y buscan llamar la atención de centros de investigación y universidades de todo el mundo para que les ofrezcan contratos. España no está presente en esos foros. Las universidades españolas no contratan científicos en esos foros. No hay un mercado intelectual. Digamos que las universidades al tener garantizada la financiación en un 85% con dinero público, lo que no quieren es que se ponga en evidencia que hay otros mejores. De ahí que no haya información pública veraz y transparente de cómo están funcionando las universidades, qué titulaciones permiten encontrar trabajo a los estudiantes más fácilmente, cuáles les reportan más beneficios, dónde se forman los mejores empresarios del país, cuáles trabajan con empresas internacionales o nacionales. Esa información, que sería muy importante para decidir a qué universidad ir o para que las empresas supieran a qué universidad encargarle la resolución de un problema que necesita investigación, no se hace pública ni está disponible para la sociedad. Los profesores no la hacen pública porque no quieren reconocer que hay departamentos mejores. De ahí el “todos somos iguales y todos a una”. De ahí que tengamos asociaciones como la CRUE [Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas] que funciona como un lobby y donde todos van a una.

¿Hay manera de expulsar de la universidad a los que no producen?

Si los trabajadores eligen a sus representantes, que toman las decisiones, ninguna persona elegida por su claustro va a tomar decisiones que sean incómodas porque al día siguiente le quitan del poder. Si hay que cerrar tres departamentos y multiplicar la capacidad de otros tres en las carreras que la sociedad está pidiendo, o hay empresas que piden resolver ciertos tipos de problemas y necesito contratar investigadores con un perfil determinado, eso ningún rector se atreve a hacerlo. Porque lo más importante para el rector o el decano es seguir en su puesto, no la cuenta de resultados de la universidad o el apoyo de la sociedad o las empresas, el apoyo que necesitan es el de los presupuestos para seguir contratando gente que les vote. Un síntoma de la desmotivación es que en los últimos años, muchos buenos profesores que aún no estaban en edad de jubilación la están abandonando por el ambiente de desmotivación generado. Y ese ambiente no es de hace poco, lleva décadas.
“Lo más importante para un rector o un decano es seguir en su puesto”

¿Cómo solucionar estos problemas?

Hay dos vías. Una es dar incentivos a los profesores y los buenos estudiantes y también a las instituciones. Será un proceso lento. Pero al mismo tiempo hay que poner en marcha instituciones competitivas internacionalmente. Con las que se pueda formar un núcleo, un centro de formación de científicos. Tenemos en España muy buenas escuelas de negocios y deberíamos tener muy buenas escuelas de formación de postgrado. Ahora mismo si las llamas universidades caerían bajo el aparato legal que impide funcionar bien a las universidades. Los IMDEA intentaron hacerlo. Una de las cuestiones fundamentales es tener instituciones que generen confianza a nivel internacional. En el caso de Madrid se ha visto que una injerencia política hunde la credibilidad de España como país capaz de sostener a largo plazo la investigación institucionalmente.

¿Cree que el actual Gobierno de Madrid ha despreciado la ciencia?

La política ha sido la no política. El primer Gobierno de Aguirre, con quien yo estuve, despersonalizó las relaciones entre el Gobierno regional y las universidades. Se basaron en una serie de indicadores que se publicaban, incluido el baremo de las notas que obtenían los profesores en un complemento de méritos para que los estudiantes pudieran elegir con cuál querían estudiar. Eso se hizo en Madrid, los sindicatos estuvieron en contra y la Comunidad finalmente lo ha abandonado. Una vez conseguido eso lo sorprendente es que un Gobierno del mismo color político haya abandonado esa política institucional que tan buenos resultados estaba dando y haya vuelto a las relaciones personales y la arbitrariedad de a quién se le dan o no fondos en función de criterios desconocidos.
“Sobran centros y puestos universitarios, hay que reorganizar la universidad española”

¿Y qué hacemos con las universidades de ahora?

Reformarlas. Hay que iniciar esa reforma. No es sostenible un sistema tan sobredimensionado como el que tenemos. Ahora se habla de exceso de kilómetros de carreteras, exceso de aeropuertos,  de kilómetros de AVE… hay exceso de universidades. Sobran centros y puestos universitarios, hay que reorganizar la universidad española. Lo bueno sería que no haya una única forma de hacerlo, que se dieran opciones para que cada universidad pueda hacerlo a su manera. No se puede hacer por decreto desde arriba.

¿Cuánta culpa tienen los rectores de lo que usted llama el “hundimiento” de la universidad?

Los rectores tienen la culpa, junto con todos los que estamos en la universidad. Los profesores, los estudiantes y los administrativos. Somos responsables todos.

"En España hay una locura colectiva en torno a qué revista se publica"

¿Qué le parece la tendencia actual de usar el llamado índice de impacto para medir la actividad y alcance de los científicos?

En España hay una locura colectiva en torno a qué revista se publica, cuál es el nivel de impacto. Se publica para medir, no porque trabajemos en temas interesantes. En el extranjero se ríen de nosotros porque en un momento en el que se están planteando que los criterios de las revistas quizás no funcionen y se está dirigiendo la investigación en direcciones no adecuadas, en este país hacemos todo lo contrario, llegando mucho más lejos de lo que se ha llegado fuera en esa valoración sin más del índice de impacto. Yo he trabajado en la edición de alguna revista profesional y sé los artículos que llegan y cómo los evaluadores, cuando hay artículos que son muy innovadores o van contra teorías sobre las que hay un gran consenso, suscitan la oposición inmediatamente de los evaluadores y es prácticamente imposible que pasen. Mientras que a los artículos que cubren el expediente, son correctos pero no aportan absolutamente nada, nadie dice que no porque no tienen nada que discutir y formalmente cumplen los requisitos. Esos artículos quedan en el cajón y van saliendo uno detrás de otro porque hay que cerrar números. En los años 30, Paul Samuelson, en EEUU, hizo una tesis magnífica en Harvard y consiguió un premio que conllevaba la publicación por la editorial de Harvard. El decano del departamento estaba tan en contra de esa tesis, de la nueva economía, que mandó destruir las placas de imprenta. Se editaron sólo 1.500 ejemplares. Siempre ha habido tensiones en el mundo académico entre aquellos que quieren innovar y los que defienden el statu quo. ¿Cuál es la diferencia de EEUU y España? Samuelson abandonó Harvard y se fue a MIT, que le echó el lazo. ¿Qué pasó? E departamento de económicas de Harvard se hundió y el del MIT subió y todos los estudiantes se fueron allá. Ese mecanismo de limpieza automática que es que los estudiantes elijan con quién van a estudiar y van detrás de los buenos profesores aquí no está, porque no hay competencia.



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